Conocidas popularmente como Las Setas de Sevilla, este proyecto de innovación de una plaza clásica de la ciudad andaluza se ha hecho con todas las miradas desde que se presentó al mundo, hace más de una década.
Metropol Parasol era su nombre primitivo pero, como sucede en tantas otras ocasiones, el pueblo venció y la evidente similitud con esta clase de hongo le valió el nombre con el que es conocido en todos los rincones. Ahora bien: ¿de dónde, cómo y por qué surgió este símbolo al que no le ha faltado la polémica? ¿Qué significan exactamente?
Este curioso monumento (la estructura de madera más grande del mundo) surgió de la necesidad de renovar una zona fundamental de Sevilla. En este emplazamiento se situó el primer mercado de abastos de la ciudad, el mercado de la Encarnación, que se construyó sobre un antiguo convento medieval llamado convento de la Encarnación. Así terminó conociéndose también esta plaza: la plaza de la Encarnación.
El mercado estuvo en funcionamiento desde 1862 hasta 1973. Un siglo de vida que le valió para convertirse en un elemento apreciado en la ciudad y que no desapareció, no del todo, cuando las instalaciones se demolieron. Los comerciantes siguieron acudiendo a este lugar a vender sus productos durante los siguientes 37 años, aunque en una situación precaria. La plaza de la Encarnación había pasado a ser poco más que un solar vallado que degradó toda la zona.
En vista de ello, el Ayuntamiento de Sevilla se decidió a actuar. En el año 2004 convocó un concurso internacional del que debía salir ganador el proyecto que remodelaría el espacio al completo. La intención era devolverle la vida a la plaza y también “acabar con la precaria situación de los comerciantes del Mercado”. Se presentaron 65 propuestas. Ganaron las setas.
Las Setas de Sevilla (recorrer sus pasarelas significa obtener unas vistas privilegiadas de la ciudad) en realidad recibieron el nombre de Metropol Parasol. Su creador fue el arquitecto alemán Jürgen Mayer, que se inspiró en diferentes elementos de la capital hispalense para dar vida a esta obra. “Su propuesta irradiaba Sevilla en cada trazo”, se explica en la página web del monumento con relación a su elección. Los ficus centenarios de la plaza de San Pedro y las bóvedas de la catedral de Santa María de la Sede de Sevilla le sirvieron a Mayer para construir este símbolo de la ciudad. No gusta, como se sabe, a todo el mundo, pero no puede negarse que ha devuelto la vida perdida a este lugar situado en pleno centro sevillano.
También ha batido récords. Esta obra es la estructura de madera más grande del mundo, hecha como está con 3.500 metros cúbicos en bruto de madera microlaminada de pino finés. Debe saberse, por cierto, que por cada pino talado para llevar a cabo el proyecto se plantaron tres en los mismos bosques. Cuentan sus responsables que el mayor reto fue la cubierta de madera, una estructura que mide 150×70 metros, con una altura de 28,5 metros. Señalan acertadamente que “la estructura reticular aportaría la tan ansiada sombra en los veranos hispalenses”. Quien haya estado bajo Las Setas sabe que esto es indiscutible, aunque el gran estímulo es sin duda recorrer los 250 metros de pasarelas, que ofrecen un mirador único de la ciudad.
Al margen de la polémica y de la historia, Las Setas de Sevilla cumplen, desde 2010, la función pretendida desde el inicio: acoger el mercado. También en este espacio han quedado reunidas las ruinas romanas encontradas durante las obras. Corresponden al espacio de tiempo comprendido entre los siglos III y VI. Así como una casa islámica almohade de los siglos XII y XIII. El espacio conocido como Antiquarium es, por tanto, un viaje al pasado de la ciudad, que se suma a la experiencia casi futurista de recorrer Las Setas.
Judith Torquemada
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