Los núcleos urbanos, las ciudades y pueblos que surgieron como centros donde se gestaba la civilización se fueron transformando en lugares amenazados por
• la masificación,
• el ruido,
• los desechos
• la inseguridad
• la pobreza
El desafío urbano del que habla la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo es enfrentar estos numerosos y graves problemas:
• los de contaminación,
• el consumo exacerbado de recursos energéticos,
• la destrucción de terrenos agrícolas,
• la degradación de los centros históricos, entre otros.
Las ciudades constituyen hoy el paradigma de la imprevisión y de la especulación; la insostenibilidad. En las ciudades del siglo XXI, donde se decide el destino humano y donde se ataca permanentemente el destino de la biosfera, no existirá un mundo sostenible sin ciudades más sostenibles, construidas y gestionadas con tecnologías eco-amigables. Es necesario, conciliar urbanización y sostenibilidad, elaborando propuestas que lo garanticen para bien de la continuidad de la especie humana y de las futuras generaciones, en un ámbito de igualdad de oportunidades.
Por eso es que las ciudades se presentan como un problema para la transición hacia la sostenibilidad. Al hablar de civismo, o urbanidad, se refiere a las pautas mínimas de comportamiento social que nos permiten convivir en colectividad. El civismo nace de la relación del hombre con su localidad, nación y estado. Un ejemplo de civismo es cómo se comporta la gente y cómo convive en sociedad. Las acciones de educar en la ciudadanía, de derechos y deberes aparecen como una conquista clave de los seres humanos y en ese sentido, tan ciudadanos son los habitantes de una gran ciudad como los de una pequeña población rural. La atracción de las ciudades, del mundo urbano, sobre el mundo rural tiene razones poderosas y en buena parte positivas. Surgen así la educación, la sanidad, el acceso a trabajos mejor remunerados, la oferta cultural y de ocio; todo llama hacia la ciudad en busca de un aumento de calidad de vida.
Entonces, frente a un panorama positivo como lo es vivir en las ciudades, ¿por qué se contempla la urbanización actual como un problema planetario?
Porque el crecimiento urbano ha adquirido un carácter desordenado, incontrolado, y en pocas décadas, señala la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo (CMMAD, 1988), “la población urbana de los países en desarrollo se ha decuplicado”.
Si en 1900 solo un 10% de la población mundial vivía en ciudades, en 2007 hubo más personas viviendo en áreas urbanas que en el campo, según señala el informe de Naciones Unidas “UN- hábitat: el estado de las ciudades 2006-2007”, y añade que en 2030, si se continúa con el actual ritmo de crecimiento, de una población de unos 8100 millones de habitantes, más de 5000 vivirán en ciudades. Estudios de la London School of Economics: “The Urban Age” (Burdet y Sudjic, 2008) señalan que el estallido demográfico urbano es un reto sin precedentes para la sociedad del siglo XXI, previendo que el 75% de la población vivirá en un área urbana en el año 2050. Ciudades que utilizan alrededor de un 75% de los recursos mundiales y desalojan cantidades semejantes de desechos (Girardet, 2001).
El aumento veloz de la población de las ciudades se remite al problema del crecimiento demográfico y sostenibilidad, y al del desarrollo rural y sostenibilidad, y no ha ido acompañado del correspondiente crecimiento de infraestructuras, servicios y viviendas. O sea que en vez de aumento de calidad de vida, nos encontramos con ciudades donde el automóvil se ha apoderado de las vías de circulación, y también con barrios sin agua corriente, ni saneamientos, ni escuelas, ni transporte. Una población creciente se ve así condenada a vivir en barrios pobres, plagados de basura, acechados por enfermedades y con la destrucción de los terrenos agrícolas más fértiles, junto a los cuales, precisamente, se empezaron a construir las ciudades. Esa destrucción deja a los habitantes de esos barrios en una casi completa desconexión con la naturaleza o en zonas susceptibles de sufrir las consecuencias de catástrofes naturales, como los lechos de torrentes o las laderas desprotegidas de montañas desprovistas de su arbolado.
Es algo frecuente escuchar noticias de casas arrastradas por las aguas o sepultadas por aludes de fango; se suceden casi sin interrupción en épocas estivales y más aún en estaciones que antes eran secas. Esa destrucción ambiental no afecta únicamente el terreno que ocupan las ciudades, sino que cuartea todo el territorio mediante la “inevitable” red de autopistas, que exige masivas deforestaciones, haciendo inviable la supervivencia de muchos animales, introduciendo peligrosas barreras en el curso natural de las aguas y contribuyendo, en definitiva, a la degradación de los ecosistemas.
Las megaurbanizaciones son auténticos atentados a la sostenibilidad, en zonas de gran valor ecológico y paisajístico, sin garantía de agua para su abastecimiento ni de un tratamiento adecuado de los residuos. Ese es el caso del aumento de barrios cerrados en la zona pedemontana del oeste tucumano. El urbanismo salvaje, que conlleva la construcción “eco-ilógica” de campos de golf, llega a agredir espacios protegidos y supone frecuentes recalificaciones de terrenos.
También es necesario hacer referencia a la alta contaminación atmosférica debido a la densidad del tráfico, a la calefacción, a las emanaciones de fábricas que producen el “smog” o niebla aparente de las ciudades, sin olvidar los residuos generados y sus efectos en suelos y aguas, o la contaminación acústica, lumínica, visual, etc. Todo ello con sus secuelas de enfermedades respiratorias, alergias, estrés, que además aumenta los graves problemas de inseguridad ciudadana y explosiones de violencia. Por eso los núcleos urbanos que surgieron hace siglos, como centros donde se gestaba la civilización, se han ido transformando en lugares amenazados por la masificación, el ruido, los desechos, o sea problemas que se agravan en las llamadas “megapolis”.
El gran desafío urbano es el de enfrentarse a problemas de contaminación, de consumo exacerbado de recursos energéticos, de la destrucción de terrenos agrícolas, de la degradación de los centros históricos, de la corrupción y de las crisis financieras. Puede decirse que las ciudades constituyen hoy el paradigma de la imprevisión y de la especulación; es decir, de la insostenibilidad (Vilches y Gil, 2003). Las grandes urbes, no los pueblos ni las pequeñas ciudades, se están convirtiendo en nuestro hábitat principal. Serán las ciudades del siglo XXI donde se decida el destino humano y donde se dicte el destino de la biosfera.
No existirá un mundo sostenible sin ciudades sostenibles
Esta situación ha llevado a Naciones Unidas a declarar el Día Mundial del Hábitat el primer lunes de octubre, con el propósito de reflexionar sobre el estado de los asentamientos humanos y el derecho fundamental a una vivienda adecuada para todos. Lo que se pretende es alertar al mundo de su responsabilidad colectiva respecto del futuro del hábitat humano.
El logro de sociedades sostenibles y el respeto de Derechos Humanos fundamentales, como el derecho a una vivienda adecuada en un entorno digno, exige remodelar las ciudades, con una planificación adecuada (Belsky, 2012) y la construcción de edificios realmente sostenibles (Taipale, 2012) con el aprovechamiento de la Ciencia y la Tecnología para la Sostenibilidad, evitando tanto la urbanización periférica difusa, que conlleva la destrucción de terrenos productivos e insostenibles consumos de energía, como la desconexión con la naturaleza de los barrios marginales, las barreras arquitectónicas, la construcción de viviendas en zonas de riesgo por su inseguridad en caso de catástrofes, etc., y que se constituyan en foros de participación, creatividad y disfrute de la diversidad cultural. Así se propone en la Declaración de Berlín, del 6 de julio de 2000, en la Conferencia Global sobre el Futuro Urbano, que concluye con estas palabras: “Estamos entrando en un milenio urbano. Las ciudades, que siempre han sido motores de crecimiento económico y cunas de civilización, están afectadas en la actualidad por cambios ingentes. Millones de hombres, mujeres y niños afrontan esfuerzos diarios para sobrevivir. ¿Podemos cambiar esta realidad? ¿Podemos ofrecer a la gente la esperanza de un futuro mejor? Creemos que si aprovechamos las fuerzas positivas de la educación y del Desarrollo Sostenible, la globalización y las tecnologías de la información, la democracia y el buen gobierno, el fortalecimiento de la mujer y de la sociedad civil, podemos construir realmente ciudades hermosas, ecológicas, con desarrollo económico y justicia social.”
Mg Arq Josefina Ocampo
Magister en Accesibilidad
Maestranda en Política y Gobierno (USPT)
Doctoranda en Humanidades (UNT)
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