
La arquitectura del siglo XVII y XVIII fue el resultado de un proceso de aculturación en el que interactuaron tres factores fundamentales: el poblador nativo con su saber hacer; el español con su saber arquitectónico y el medio natural en donde se desarrolló. (Fig.1) Las características particulares de la geografía, del clima y de los recursos naturales locales definieron el carácter de esta arquitectura.

Como en toda América, la expresión arquitectónica en el NOA tuvo influencia de las manifestaciones predominantes en Europa, pero fue la cultura constructiva tradicional de los pueblos autóctonos la que marcó el desarrollo y la expresión características de las construcciones en los poblados y en las áreas rurales de la región. La tierra, la piedra y la madera fueron los recursos utilizados en su materialización durante los primeros períodos históricos de la Argentina; materiales y técnicas constructivas elementales que dieron apropiada respuesta, formal y constructiva, a las condicionantes del medio: viento, sol, lluvias, y sismos; como así también a una realidad contextual, social y económica.

En efecto, el conocimiento de la tecnología de construcción con tierra que fue determinante en la configuración y materialización de la arquitectura definió una identidad propia, cuya simplicidad y pureza volumétrica, derivadas de la sencillez de la técnica empleada, estamparon la calidad y cualidad de la arquitectura popular. Las construcciones ejemplares con tierra de carácter patrimonial, que datan de los siglos XVIII y XIX, y que perduran en las provincias de Jujuy, Salta, Tucumán y Catamarca, son básicamente las iglesias, las viviendas de los cascos de haciendas y los innumerables conjuntos residenciales en centros poblados que constituyen el rico bagaje de la arquitectura vernácula. La tecnología de la tierra, genera como resultante una construcción simple, de muros anchos, de baja altura y techos planos, en armonía con el entorno. La iglesia, de volúmenes puros y fachadas simples, que se caracteriza por su unidad, puede estar a escala del poblado, pero por su emplazamiento, su volumetría, la altura de sus torres-campanarios y a veces el color de sus muros, marcan la monumentalidad del edificio destacándose sobre la silueta del pueblo. (Fig.2)

Durante el período colonial las construcciones eran de adobe, pero poco a poco este material empieza a ser reemplazado por el ladrillo, sobre todo en los centros poblados. Esta técnica, como el de otras técnicas de construcción con tierra, es una tradición cultural transmitida de generación en generación, que lamentablemente corre hoy el riesgo de perderse dado que comienza a reemplazarse los compontes o productos naturales por productos industrializados.
En este marco, el NOA se destaca tanto por su valor histórico como por su paisaje natural y cultural, donde los pueblos con su arquitectura y la vida del hombre del campo, definen su identidad. Uno de los valores que surge como principal referente en la región es el patrimonio arquitectónico: los pueblos con sus calles, casas e iglesias, y el elemento contenedor de la arquitectura, el espacio natural. El poblado, incorporado a la geografía y al paisaje, se constituye en el lugar de pertenencia física, social, económica y cultural del hombre rural. (Fig. 6)

Ahora bien, el patrimonio cultural de la región está conformado no sólo por su patrimonio construido, sino también por otros patrones culturales, como los modos de vida del poblador, sus costumbres, creencias y ritos, por el culto a la madre tierra “la pachamama”, por su formas de ocupación y explotación del territorio, y economía de pastoreo y agrícola; por su música, comidas y artesanías, y su saber construir basado en el conocimiento de una tecnología ancestral. (Fig. 3 y Fig. 4)

Hoy, los poblados rurales, sobre todo los de la puna, alejados de las influencias de la “modernidad”, de las nuevas tecnologías de comunicación e intercambio comercial, de la industrialización y de la tecnología de nuevos materiales, con degradadas rutas de comunicación y marginados de las economías nacionales y provinciales, han conservado casi íntegramente sus caracteres originales, llegando a presentar relativas innovaciones en las técnicas y modos de construir. En este marco se favoreció la conservación de la herencia cultural en sus distintas manifestaciones.

Pero esta realidad ha comenzado a experimentar cambios en los últimos años; por un lado, el sentir del hombre urbano que prejuzgó a la tecnología de tierra como precaria, marginal y que motivó en el poblador el rechazo de este material “antiguo” por otros modernos y, por otra parte, la búsqueda de revalorización y reconocimiento de un pasado cultural y de una vida más tranquila en convivencia con el paisaje natural, están provocando una intensificación del turismo y de su infraestructura -viviendas de vacaciones, hostales, restaurantes y locales de comercio, etc)-. (Fig. 7) Como consecuencia se está generando una transformación del paisaje arquitectónico vernáculo, cuyo resultado es variable. De las muchas nuevas construcciones, algunas son imitaciones de arquitectura colonial y otras no tienen nada que ver con la arquitectura del sitio. Asimismo, cuando se remodela y se construyen edificios con tierra, generalmente se interviene sin tener el suficiente conocimiento tecnológico del material, sin considerar sus cualidades y sus limitaciones. Se está afectando, en muchos casos, poblados con más de 200 años de historia y de arquitectura.

Si bien esta situación de demanda y sobrecarga de un mercado que requiere plazas y servicios se produce en toda la región del NOA, en la Quebrada de Humahuaca (Patrimonio natural y cultural de la Humanidad) se da con mayor fuerza. Reconocida mundialmente por su valor histórico, artístico y tecnológico, se convirtió en eje de desarrollo de un mercado inmobiliario especulativo que ha agudizado el problema jurídico de la tenencia y el derecho de las tierras por parte de las comunidades aborígenes. Por ello la cultura del mundo rural y el desarrollo son dimensiones que deben coordinarse en su accionar a fin de que haya un verdadero progreso de la comunidad.
Es ineludible que el turismo utiliza el patrimonio cultural de los habitantes para desarrollarse, sino no existiría. Por ello es una actividad que debe plantear la oportunidad del desarrollo local y que también debe responder consecuentemente a una planificación del desarrollo regional, que asimismo involucre a la conservación y a la puesta en valor del patrimonio histórico y cultural. El turismo, al asentarse en un espacio y en el pasado y presente, en la identidad del pueblo, se debe constituir en el marco del desarrollo sostenible de la comunidad. (Fig. 5 y Fig.6)

y el Toreo de la Vincha
Resulta fundamental, entonces, rescatar y mantener el saber técnico tradicional en las nuevas generaciones de pobladores, así como el desarrollo de conocimiento en los profesionales que participen en las construcciones y en la conservación de la arquitectura existente.
La conservación despliega un rol importantísimo y fundamental, involucrando en ello el valor histórico, social, urbanístico, arquitectónico y tecnológico. Conservar significa mantener el valor cultural del lugar, su historia e identidad. Intervenir un bien patrimonial construido con tierra, está directamente vinculado con el conocimiento de su tecnología. Conocer las limitaciones que el material presenta permite prevenir el deterioro y la idoneidad de su uso en las distintas acciones de intervención. Las degradaciones y lesiones que experimenta una construcción con tierra es, generalmente, consecuencia de la falta de mantenimiento de la construcción, y otras veces, no menos importantes, por inadecuadas intervenciones. El conocimiento del contexto -las características climáticas del entorno, infraestructura de servicios (canales, rutas, alumbrados)- y del material en cuanto a sus propiedades: comportamiento termo-hidrófugo, erosión por agua y fragilidad estructural, y técnicas, es primordial en estas construcciones.
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