Los empleos formales con posibilidades de teletrabajo o trabajo en internet citaron a realizar “home office” en escala masiva, ya replanteando desde un principio cualquier pronóstico del futuro del transporte público y la movilidad; hay muchos impresionados de cómo la restricción de circulación provocó una confusa disminución general de la contaminación en las ciudades (y aumentó el tiempo ocioso para el entretenimiento con un buen libro, museos ahora virtuales o documentales en Netflix). Algo similar tuvo lugar desde la academia, el llamado a tener clases online puso a reflexionar a muchos estudiantes y profesores sobre las ventajas y desventajas de la presencia física en la universidad – cuestionando más que nada el acceso público a la educación en internet frente a no tener costos sobre una infraestructura de edificios para la educación. Las empresas que van al día con el comercio electrónico y los servicios de distribución deben estar pensando bastante en este momento – los robots y drones autónomos para fabricación y delivery deben estar en la punta de la lengua.
Los constructores y conductores, entre muchos otros trabajadores presenciales, todavía se encuentran fuera de la misma “suerte”, y para muchos no trabajar un día es no tener comida. Eso es un problema explicado muy bien por Martín Caparrós en su libro El Hambre: “conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre, sentimos hambre dos, tres veces al día. No hay nada más frecuente, más constante, en nuestras vidas que el hambre y, al mismo tiempo, para muchos de nosotros, nada más lejano que el hambre verdadero”.
En este contexto actual de trabajos exclusivamente presenciales, o en situaciones de subempleo o informalidad, la realidad está siendo distinta, incierta de protección social, quizás anunciando anticipadamente o incrementando la posibilidad de la visión del Foro Económico Mundial, que calculaba años atrás que entre 2015 y 2020 se perderán 7,1 millones de empleos en todo el mundo, a medida que “la inteligencia artificial, la robótica, la nanotecnología y otros factores socioeconómicos reemplacen la necesidad de empleados humanos”. Pareciera ser que las enfermedades han entrado como un factor importante a la hora de determinar el trabajo y la movilidad de las personas en las ciudades – y la historia lo evidencia.
La peste negra que afectó Eurasia en el siglo XIV causando el fallecimiento de un estimado de la tercera parte de Europa, dejo también el saldo de una repentina escasez de mano de obra. Motivo que muchos señalaron como el motor para la innovación posterior que daría inicio al Renacimiento y todas las nuevas herramientas, tecnologías y estrategias urbanas que le procedieron. Desde el invento de la imprenta y cómo nos relacionamos en las ciudades dejando de ser necesaria la presencia corporal, hasta la búsqueda de una ciudad diferente a la medieval que cumplieran condiciones de ventilación e iluminación. Luego se desarrollaría aún más con el movimiento higienista en la lucha contra la propagación de la tuberculosis en París, al punto de determinar científicamente el volumen de los espacios de trabajo y estudio para optimizar la oxigenación y horas de sol. Mucha de la arquitectura y el urbanismo que vemos hoy en día, toma forma de buscar esa salud, higiene y confort. Muchas de las formas en que trabajamos y nos movilizamos hoy en día son su resultado.
La preocupación que aparece a futuro sobre las ciudades y el crecimiento de la población estimado para las próximas décadas no es asunto menor – especialmente en cómo será esto del trabajo y la movilidad (recordamos lo pertinente del tema ¿Cómo viviremos juntos? de la Bienal de Venecia 2020, ahora reagendada por el Coronavirus). No solo seremos casi 10 mil millones de personas en todo el mundo para el 2050, sino que gran parte de ellas vivirá en las ciudades. El riesgo de pandemia seguirán existiendo presente. ¿Cómo enfrentaremos este desafío en la “era” de la digitalización y la automatización?
Las nuevas innovaciones, los nuevos materiales y nuevas tecnologías, están cada día más al servicio de todas las personas, redefiniendo la distribución de productos y el trabajo. Los muebles ‘open source‘ para descargar, imprimir y construir online. Los ‘robots albañiles‘ que están cambiando las reglas de la construcción. La consolidación de la edad de oro de la impresión 3D. ¿Estaremos a sólo un paso de la fabricación y construcción sin humanos?
Yuval Noah Harari se pregunta en De animales a dioses, sobre el “mayor fraude de la historia”, si somos más felices ahora que antes de la revolución agrícola -que llevo a la científica e industrial- o si caímos en la trampa del lujo. “Nadie planeó la revolución agrícola ni buscó la dependencia humana del cultivo de cereales. Una serie de decisiones triviales, dirigidas principalmente a llenar unos pocos estómagos y a obtener un poco de seguridad, tuvieron el efecto acumulativo de obligar a los antiguos cazadores-recolectores a pasar sus días acarreando barreños de agua bajo un sol de justicia”. Es momento de pensar dónde destinamos nuestras energías como humanos y replantear cuáles son los trabajos que hacemos, que nos hace más felices, y las ciudades que lo admitan.
Nota: Fabian Dejtiar
¿Afectará la automatización a los arquitectos?
En 2037 un 47% de los empleos realizados por humanos habrán sido reemplazados por robots, incluso aquellos asociados tradicionalmente a formación universitaria, según The Economist. Mientras el Foro Económico Mundial calcula que entre 2015 y 2020 se perderán 7,1 millones de empleos en todo el mundo, a medida que “la inteligencia artificial, la robótica, la nanotecnología y otros factores socioeconómicos reemplacen la necesidad de empleados humanos”.
No se trata de ciencia ficción: el MIT Technology Review advierte que el actual debate sobre el incremento del sueldo mínimo de los empleados de cadenas de comida rápida en Estados Unidos aceleraría su propia automatización. Por otra parte, personalidades de Silicon Valley y millonarios como Elon Musk y Richard Branson han advertido que el impacto de la automatización obligará la creación de un ingreso básico universal para contrarrestar no solo el masivo desempleo que generaría estas nuevas tecnologías, sino también la híperconcentración de la riqueza global.
Un defensor de esta idea es el economista británico Guy Standing, quien ha planteado en el Foro de Davos que este ingreso “sería una sensible precaución contra la posibilidad de un desplazamiento masivo debido a la automatización y la inteligencia artificial”, pero ¿afectará la automatización a los arquitectos?, ¿efectivamente seremos reemplazados por robots?
Pensemos por un instante en el empleo de tus padres, abuelos y bisabuelos: durante el siglo XX surgieron y desaparecieron cientos de oficios a medida que nuevas tecnologías surgieron y se consolidaron. Los académicos Ian Wyatt y Daniel Hecker [PDF] estimaron que en 1910 alrededor de un 32% de la población estadounidense se dedicaba a la agricultura, mientras los profesionales y técnicos no superaban el 5%. Noventa años después, solo un 1% permanecía en el campo, mientras aquellos con formación profesional representaban el 23%.
Si lo piensas bien, hoy en día hablamos de especialistas en redes sociales, data scientists, diseñadores UX, renderistas, especialistas en drones, desarrolladores de aplicaciones, creadores de realidades virtuales, arquitectos especializados en impresión 3D/BIM/efectos especiales/sustentabilidad o incluso quienes trabajamos en ArchDaily y todo el ecosistema del mundo de la arquitectura en internet. Para estos nuevos empleos se requiere aprender nuevas tecnologías y ejercitar habilidades que anteriormente no eran valoradas por el mercado. No obstante, esta formación toma años y recursos: sabemos que quienes han perdido su empleo en la metalurgia o en la agricultura no saltaron inmediatamente a ser data scientists. Esa transición formativa y generacional es la dolorosa.
Autores como Guy Standing hablan de precariado, una nueva clase social frágil, sobrecalificada, contratada a cero horas y altamente proclive a los populismos. En esa línea, el surgimiento de aplicaciones como Uber efectivamente ha creado nuevas economías en torno a ellas —mal llamadas “colaborativas”—, pero no necesariamente han creado empleos de calidad: no hay pensiones, ni protección social ni vacaciones pagadas, sino un freelance disfrazado de colaboración.
Volvamos a la arquitectura: Future of Jobs proyecta que para el quinquenio que finaliza en 2020 los empleos relacionados con informática, matemática, ingeniería y arquitectura presentan “un sólido crecimiento”. En el caso de estos dos últimos campos, esto sería gracias al crecimiento de la clase media en mercados emergentes, el cambio climático, la masificación de la impresión 3D y la volatilidad geopolítica, entre otros factores. Por otra parte, el periódico The Telegraph calculó las probabilidades de automatización de 700 empleos, a partir de un estudio de la Universidad de Oxford publicado en 2013. ¿Las buenas noticias? Los arquitectos presentan una de las tasas más bajas de reemplazo (1,8%), en una cómoda posición junto a diseñadores de moda (2,1%), ingenieros aeroespaciales (1,7%), curadores (0,7%) microbiólogos (1,2%), maquilladores teatrales (1%), antropólogos (0,8%) y coreógrafos (0,4%).
Entonces, ¿qué tienen en común los empleos más difíciles de ser reemplazados? Muchos de ellos requieren un alto nivel de interacción humana y presentan un bajo porcentaje de actividades repetitivas en su día laboral. David J. Deming, profesor en la Escuela de Educación de Harvard, cruzó las ofertas laborales publicadas en Estados Unidos entre 1980 y 2012 con las habilidades exigidas por cada empleo. Deming concluyó que aquellos empleados que “combinen con éxito habilidades matemáticas y sociales [encontrarán] muchas oportunidades” en el futuro, destacando habilidades blandas como la empatía y la cooperación.
En esa línea, Mark Cuban postuló en la pasada edición del ciclo de conferencias SXSW en Estados Unidos que los empleos relacionados con habilidades cognitivas, pensamiento crítico y creatividad se verían menos expuestos a ser reemplazados por robots:
En esa línea, un reciente estudio de la University College London (UCL) y la Universidad de Bangor postula que escultores, arquitectos y pintores “parecen relacionarse con una conceptualización espacial diferente que se manifiesta a través de una manera sistemáticamente contrastante de hablar sobre el espacio”, es decir, una percepción espacial que nos distingue como arquitectos, pero que también nos separa del resto de la sociedad al momento de compartir y difundir ideas a quienes no están especializados.
La automatización y la inteligencia artificial, por ahora, no reemplazarían a los arquitectos, pero no quiere decir que la disciplina no esté viviendo profundas transformaciones en su ejercicio: los computadores y softwares han eliminado tediosas actividades repetitivas, optimizando la producción de material técnico y permitiendo, entre otras cosas, atomizar el tamaño de las oficinas de arquitectura. Cada vez se necesitan menos arquitectos para desarrollar proyectos más complejos.
Por otra parte, la saturación del mercado laboral ha motivado a miles de arquitectos a sacar partir a sus habilidades aprendidas para cruzar otras disciplinas. Y si bien algunos se siguen enredando en discusiones oxidadas sobre si debemos proyectar con lápiz o mouse; la realidad virtual, la impresión 3D y los avances que siga mostrando la inteligencia artificial seguirán moldeando las discusiones sobre nuestra profesión en los próximos años. Con o sin robots.
Nota: Nicolás Valencia
Mientras tanto, ¿una pandemia es lo que está acelerando la digitalización y automatización de nuestras ciudades?
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